Correo: pabloail@yahoo.com,mx
El pasado 14 cumplí 50 años y por eso motivo me pareció una buena idea considerar la sugerencia que me hicieron Julieta mi esposa y mi amigo Ricardo de escribir una reseña de lo que ha pasado en la economía mexicana desde entonces hasta el presente en este mundo globalizado en el que México sigue siendo visto como una “potencia media” debajo de los países emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India y China).
En los sesenta México era visto como un país en vías de desarrollo con un pasado legendario y que más pronto que tarde llegaría al Primer Mundo. Como otros países de América Latina seguía la política de sustitución de importaciones con aranceles elevados y con otras medidas de control (permisos previos de importación), así como subsidios y crédito preferente canalizado por la banca de desarrollo a las empresas. La estrategia consistía en que el país dejara de ser un exportador de materias primas y que cuando el sector industrial hubiese madurado pudiese competir en el exterior.
Inspirado en las recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) se seguía una política proteccionista que permitiría que se pasara de una etapa de sustitución de bienes de consumo simples, a otra de manufacturas más elaboradas, siguiendo con la producción de bienes intermedios para culminar con la fabricación de bienes de capital que permitiría establecer una cadena productiva integrada y con mayor valor agregado. Los funcionarios de la época insistían en la premisa de que primero había que producir la riqueza para después distribuirla, con la peregrina idea de que las beneficios de las empresas o las ganancias del capital se reinvertirían lo que elevarían la productividad y por ende los salarios.
Las exportaciones de materias primas y las divisas provenientes del turismo generarían los recursos para realizar las importaciones necesarias que permitieran consolidar el desordenado proceso de industrialización que se siguió sin una regulación adecuada y sin normas ambientales por lo que la contaminación y la polución pasaran a ser problemas crónicos. México la región más trasparente pasó a ser parte de la nostalgia.
Teníamos pesos de plata y la exaltación nacionalista insistía en no depender del dólar si contábamos con una moneda respaldada en ese metal precioso y con una producción inagotable. “Somos el productor número 1” era nuestro orgullo nacional, cuando Perú nos rebasó en los setenta nos deprimimos porque ya ni siquiera en eso éramos ganadores.
Ese era el tiempo de la gran emigración de campo a la ciudad y el surgimiento de grandes cinturones de miseria en las metrópolis (México, Guadalajara y Monterrey). La mancha urbana se expandía gracias al negocio de los fraccionadores y especuladores coludidos con los gobiernos locales que hicieron grandes fortunas personales.
Eran los tiempos de un estado fuerte y autoritario, altamente centralista. México era un modelo de economía mixta con creciente presencia de paraestatales para el resto del mundo. Años después China lo seguiría de manera exitosa y simultáneamente Corea del Sur empezaba un proceso de industrialización que lo llevaría a ser un NIC en los ochenta. El gobierno otorgaba grandes subsidios a los industriales que se veían favorecidos por un mercado interno protegido de las importaciones. De esta forma la inversión extranjera directa que se establecía estaba orientada a aprovechar ese mercado. Si alguna empresa privada importante quebraba, era muy socorrido el recurso del rescate gubernamental para que no se perdieran esas fuentes de empleo.
A finales de los sesenta el modelo entra en crisis. México se vuelve un importador neto de alimentos, la reforma agraria fracasa, los primeros intentos de reforma fiscal son rechazados por los empresarios que acusaban al gobierno de querer llevarnos al socialismo en 1972. Entramos a la era del “desarrollo compartido”, modelo neopopulista en el que el Estado comienza a canalizar más subsidios a los más pobres como una estrategia que busca afianzar el apoyo político de las mayorías y para apaciguar el descontento social respondiendo a la queja de “el gobierno no hace nada para ayudarme”.
Es la época de oro del corporativismo representada fehacientemente en la figura de Fidel Velázquez, la CTM y el Congreso del Trabajo que se encargaba de reprimir cualquiera intento de formación de sindicatos independientes respaldados por los “comunistas”. Son los tiempos en que el Banco de México era controlado en Los Pinos y el creciente déficit público era financiado con mayor emisión de dinero.
El 31 de agosto de 1976 terminaron 22 años de paridad fija. Una crisis de balanza de pagos explotaba y obligaba al gobierno mexicano a solicitar urgentemente el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI). El gobierno de Echeverría entra en crisis, su amigo de la infancia José López Portillo, iniciaría a finales de año un gobierno con una crisis de legitimidad, puesto que fue el único candidato a la Presidencia. Su gobierno comienza una reconciliación con el sector privado recriminando al saliente la corrupción y mandando a la cárcel a algunos funcionarios para reivindicarse con la opinión pública.
En 1977, los vastos descubrimientos de petróleo nos ponen de vuelta en el escenario internacional. Los intentos de maximato son aplacados y Echeverría sería enviado al exilio diplomático como embajador de Australia y las Islas Fiji. Se consolida en Hacienda el grupo de tecnócratas recién regresados de doctorados en Chicago, Harvard, MIT, etc. que tomarían el poder plenamente seis años después y que ya nunca lo soltarían a pesar de la alternancia en el 2000.
La “administración de la abundancia” concluyó con una crisis de balanza de pagos en 1982 alentada por un enorme déficit público, una impresionante deuda externa y con un gobierno despilfarrador y corrupto. Pemex se convierte en un barril sin fondo para los contratistas privados y para el sindicato que exige su comisión por dar el visto bueno a cualquier obra. Los dos personajes más importantes eran Jorge Díaz Serrano y “La Quina” Joaquín Hernández Galicia, el eterno líder petrolero. La planeación y programación gubernamental que nunca aterrizan en la realidad o que se queda en grandes documentos sin aplicación como un Plan Global de Desarrollo en 1980 sería el sello de la ineficacia e ineficiencia del sexenio.
Ya no éramos un país del Tercer Mundo, tampoco del Primero, orgullosamente estábamos en el Segundo como nos lo hacía creer la propaganda oficial. México seguía siendo un país terriblemente desigual, con una burocracia privilegiada y con un campo cada vez más abandonado y atrasado. Se creaba el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) con un montón de propuestas siendo una entelequia que no servía para frenar la creciente dependencia alimentaria.
Los “elefantes blancos” -las construcciones públicas inservibles o mal construidas- tan de moda en el gobierno anterior vuelven por sus fueros a pesar de que en ese tiempo surge la Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP) para vigilar y administrar mejor los recursos del erario. De esta dependencia surgirían los siguientes tres presidentes de la República y se consolidaría el capitalismo de compadres en una estrategia privatizadora donde los monopolios públicos se transformarían en privados.
El fallido intento de regresar al desarrollo estabilizador está perfectamente representado por el préstamo de rescate por 11 mil millones de pesos de Nafinsa al Grupo Alfa para evitar su quiebra en un lejano 1981 luego de una alocada estrategia de diversificación horizontal. Los ganadores dentro del sector empresarial eran los grupos financieros que aprovechaban el esquema de banca universal aprobado en 1977 y que facilitó las fusiones y consolidaciones. El gobierno comenzó a financiarse no solo con deuda externa sino con la interna. En 1978 surgen los Certificados de Tesorería de la Federación (Cetes). La emisión de dinero por lo menos ahora sería respaldada con títulos de deuda.
En el plano fiscal se toman dos medidas importantes: la creación del impuesto al valor agregado (IVA) del 15% y desaparece el impuesto de ingresos mercantiles del 4% en productos procesados salvo los básicos con lo que los consumidores se ven perjudicados, no así los productores que pueden compensarlo con las compras que realicen; la otra serie la Ley de Coordinación Fiscal esfuerzo de recaudación conjunta de los estados y el gobierno federal que refuerza la centralización de la política tributaria y el control de los estados a través de las participaciones federales.
En 1981, comienza el desplome del precio del petróleo por la sobre oferta del crudo agravado por la recesión mundial y por el fenómeno de la estanflación. Los bancos centrales comienzan a subir las tasas de interés de referencia siguiendo una agresiva política antiinflacionaria profundizando la recesión. México quedaba atrapado y los ataques especulativos provocarían una crisis cambiaria y de deuda a lo largo de 1982. “Defenderé el peso como perro” aquella desafortunada metáfora de López Portillo era parte de la burla popular acerca de la impotencia del gobierno. El caricaturista Rogelio Naranjo reflejaba ese sentir popular magistralmente en la revista Proceso y en El Universal.
1982 fue un año de pesadilla, en febrero ocurre una fuerte devaluación con el mismo eufemismo usado en 1976, se deja flotar de nueva cuenta al peso. En agosto, Jesús Silva Herzog anuncia medidas inusitadas: mercado cambiario controlado y nueva devaluación, congelamiento de cuentas en dólares a 70 pesos y anuncio de la moratoria del pago de la deuda por incapacidad de cubrir su servicio y agravada por una desbocada fuga de capitales.
El 1 de septiembre de 1982 un fracasado Presidente estatizaba la banca acusando a los banqueros de habernos saqueado, destituía al Director General del Banco de México mientras que Silva Herzog negociaba una Carta de Intención con el FMI para el próximo gobierno de Miguel de la Madrid. El modelo de sustitución de importaciones se agotaba en medio de una crisis económica y de finanzas públicas.
El pasado 14 cumplí 50 años y por eso motivo me pareció una buena idea considerar la sugerencia que me hicieron Julieta mi esposa y mi amigo Ricardo de escribir una reseña de lo que ha pasado en la economía mexicana desde entonces hasta el presente en este mundo globalizado en el que México sigue siendo visto como una “potencia media” debajo de los países emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India y China).
En los sesenta México era visto como un país en vías de desarrollo con un pasado legendario y que más pronto que tarde llegaría al Primer Mundo. Como otros países de América Latina seguía la política de sustitución de importaciones con aranceles elevados y con otras medidas de control (permisos previos de importación), así como subsidios y crédito preferente canalizado por la banca de desarrollo a las empresas. La estrategia consistía en que el país dejara de ser un exportador de materias primas y que cuando el sector industrial hubiese madurado pudiese competir en el exterior.
Inspirado en las recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) se seguía una política proteccionista que permitiría que se pasara de una etapa de sustitución de bienes de consumo simples, a otra de manufacturas más elaboradas, siguiendo con la producción de bienes intermedios para culminar con la fabricación de bienes de capital que permitiría establecer una cadena productiva integrada y con mayor valor agregado. Los funcionarios de la época insistían en la premisa de que primero había que producir la riqueza para después distribuirla, con la peregrina idea de que las beneficios de las empresas o las ganancias del capital se reinvertirían lo que elevarían la productividad y por ende los salarios.
Las exportaciones de materias primas y las divisas provenientes del turismo generarían los recursos para realizar las importaciones necesarias que permitieran consolidar el desordenado proceso de industrialización que se siguió sin una regulación adecuada y sin normas ambientales por lo que la contaminación y la polución pasaran a ser problemas crónicos. México la región más trasparente pasó a ser parte de la nostalgia.
Teníamos pesos de plata y la exaltación nacionalista insistía en no depender del dólar si contábamos con una moneda respaldada en ese metal precioso y con una producción inagotable. “Somos el productor número 1” era nuestro orgullo nacional, cuando Perú nos rebasó en los setenta nos deprimimos porque ya ni siquiera en eso éramos ganadores.
Ese era el tiempo de la gran emigración de campo a la ciudad y el surgimiento de grandes cinturones de miseria en las metrópolis (México, Guadalajara y Monterrey). La mancha urbana se expandía gracias al negocio de los fraccionadores y especuladores coludidos con los gobiernos locales que hicieron grandes fortunas personales.
Eran los tiempos de un estado fuerte y autoritario, altamente centralista. México era un modelo de economía mixta con creciente presencia de paraestatales para el resto del mundo. Años después China lo seguiría de manera exitosa y simultáneamente Corea del Sur empezaba un proceso de industrialización que lo llevaría a ser un NIC en los ochenta. El gobierno otorgaba grandes subsidios a los industriales que se veían favorecidos por un mercado interno protegido de las importaciones. De esta forma la inversión extranjera directa que se establecía estaba orientada a aprovechar ese mercado. Si alguna empresa privada importante quebraba, era muy socorrido el recurso del rescate gubernamental para que no se perdieran esas fuentes de empleo.
A finales de los sesenta el modelo entra en crisis. México se vuelve un importador neto de alimentos, la reforma agraria fracasa, los primeros intentos de reforma fiscal son rechazados por los empresarios que acusaban al gobierno de querer llevarnos al socialismo en 1972. Entramos a la era del “desarrollo compartido”, modelo neopopulista en el que el Estado comienza a canalizar más subsidios a los más pobres como una estrategia que busca afianzar el apoyo político de las mayorías y para apaciguar el descontento social respondiendo a la queja de “el gobierno no hace nada para ayudarme”.
Es la época de oro del corporativismo representada fehacientemente en la figura de Fidel Velázquez, la CTM y el Congreso del Trabajo que se encargaba de reprimir cualquiera intento de formación de sindicatos independientes respaldados por los “comunistas”. Son los tiempos en que el Banco de México era controlado en Los Pinos y el creciente déficit público era financiado con mayor emisión de dinero.
El 31 de agosto de 1976 terminaron 22 años de paridad fija. Una crisis de balanza de pagos explotaba y obligaba al gobierno mexicano a solicitar urgentemente el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI). El gobierno de Echeverría entra en crisis, su amigo de la infancia José López Portillo, iniciaría a finales de año un gobierno con una crisis de legitimidad, puesto que fue el único candidato a la Presidencia. Su gobierno comienza una reconciliación con el sector privado recriminando al saliente la corrupción y mandando a la cárcel a algunos funcionarios para reivindicarse con la opinión pública.
En 1977, los vastos descubrimientos de petróleo nos ponen de vuelta en el escenario internacional. Los intentos de maximato son aplacados y Echeverría sería enviado al exilio diplomático como embajador de Australia y las Islas Fiji. Se consolida en Hacienda el grupo de tecnócratas recién regresados de doctorados en Chicago, Harvard, MIT, etc. que tomarían el poder plenamente seis años después y que ya nunca lo soltarían a pesar de la alternancia en el 2000.
La “administración de la abundancia” concluyó con una crisis de balanza de pagos en 1982 alentada por un enorme déficit público, una impresionante deuda externa y con un gobierno despilfarrador y corrupto. Pemex se convierte en un barril sin fondo para los contratistas privados y para el sindicato que exige su comisión por dar el visto bueno a cualquier obra. Los dos personajes más importantes eran Jorge Díaz Serrano y “La Quina” Joaquín Hernández Galicia, el eterno líder petrolero. La planeación y programación gubernamental que nunca aterrizan en la realidad o que se queda en grandes documentos sin aplicación como un Plan Global de Desarrollo en 1980 sería el sello de la ineficacia e ineficiencia del sexenio.
Ya no éramos un país del Tercer Mundo, tampoco del Primero, orgullosamente estábamos en el Segundo como nos lo hacía creer la propaganda oficial. México seguía siendo un país terriblemente desigual, con una burocracia privilegiada y con un campo cada vez más abandonado y atrasado. Se creaba el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) con un montón de propuestas siendo una entelequia que no servía para frenar la creciente dependencia alimentaria.
Los “elefantes blancos” -las construcciones públicas inservibles o mal construidas- tan de moda en el gobierno anterior vuelven por sus fueros a pesar de que en ese tiempo surge la Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP) para vigilar y administrar mejor los recursos del erario. De esta dependencia surgirían los siguientes tres presidentes de la República y se consolidaría el capitalismo de compadres en una estrategia privatizadora donde los monopolios públicos se transformarían en privados.
El fallido intento de regresar al desarrollo estabilizador está perfectamente representado por el préstamo de rescate por 11 mil millones de pesos de Nafinsa al Grupo Alfa para evitar su quiebra en un lejano 1981 luego de una alocada estrategia de diversificación horizontal. Los ganadores dentro del sector empresarial eran los grupos financieros que aprovechaban el esquema de banca universal aprobado en 1977 y que facilitó las fusiones y consolidaciones. El gobierno comenzó a financiarse no solo con deuda externa sino con la interna. En 1978 surgen los Certificados de Tesorería de la Federación (Cetes). La emisión de dinero por lo menos ahora sería respaldada con títulos de deuda.
En el plano fiscal se toman dos medidas importantes: la creación del impuesto al valor agregado (IVA) del 15% y desaparece el impuesto de ingresos mercantiles del 4% en productos procesados salvo los básicos con lo que los consumidores se ven perjudicados, no así los productores que pueden compensarlo con las compras que realicen; la otra serie la Ley de Coordinación Fiscal esfuerzo de recaudación conjunta de los estados y el gobierno federal que refuerza la centralización de la política tributaria y el control de los estados a través de las participaciones federales.
En 1981, comienza el desplome del precio del petróleo por la sobre oferta del crudo agravado por la recesión mundial y por el fenómeno de la estanflación. Los bancos centrales comienzan a subir las tasas de interés de referencia siguiendo una agresiva política antiinflacionaria profundizando la recesión. México quedaba atrapado y los ataques especulativos provocarían una crisis cambiaria y de deuda a lo largo de 1982. “Defenderé el peso como perro” aquella desafortunada metáfora de López Portillo era parte de la burla popular acerca de la impotencia del gobierno. El caricaturista Rogelio Naranjo reflejaba ese sentir popular magistralmente en la revista Proceso y en El Universal.
1982 fue un año de pesadilla, en febrero ocurre una fuerte devaluación con el mismo eufemismo usado en 1976, se deja flotar de nueva cuenta al peso. En agosto, Jesús Silva Herzog anuncia medidas inusitadas: mercado cambiario controlado y nueva devaluación, congelamiento de cuentas en dólares a 70 pesos y anuncio de la moratoria del pago de la deuda por incapacidad de cubrir su servicio y agravada por una desbocada fuga de capitales.
El 1 de septiembre de 1982 un fracasado Presidente estatizaba la banca acusando a los banqueros de habernos saqueado, destituía al Director General del Banco de México mientras que Silva Herzog negociaba una Carta de Intención con el FMI para el próximo gobierno de Miguel de la Madrid. El modelo de sustitución de importaciones se agotaba en medio de una crisis económica y de finanzas públicas.
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